¡Perseveremos En Oración!
Lecturas: (1ra: Ge 18, 20 -32; Sal: 137, 1-3. 6-8; 2da: Col 1, 12-14; Ev: Lc 11, 1-13)
Esta breve reflexión fue escrita por el Reverendo Padre Njoku Canice Chukwuemeka, C.S.Sp. Él es un sacerdote católico y un miembro de la Congregación de los Padres y Hermanos del Espíritu Santo (Espirítanos). Él está trabajando con el Grupo Internacional Espirítano De Puerto Rico y República Dominicana. Él es el administrador de la Parroquia La Resurrección del Señor, Canóvanas y el Canciller de la Diócesis de Fajardo-Humacao, Puerto Rico. Para más detalles y comentarios se puede contactarlo en: canice_c_njoku@yahoo.com, cancilleriadfh@gmail.com, canicechukwuemeka@gmail.com.
En este décimo séptimo domingo del tiempo ordinario, la iglesia llama nuestra atención a la necesidad de recurrir siempre a Dios en oraciones en todas las circunstancias de la vida. Ella nos recuerda que la oración es la clave para llegar el corazón de Dios. Hoy, Cristo nos da esta clave para el éxito. Nos enseña a orar, así como nos anima a orar sin cesar.
En la primera lectura de hoy, Abraham nuestro padre en la fe demostró una gran confianza y valor. Sin miedo, se acercó a Dios y audazmente intercedió en nombre de Lot, su sobrino. Se demostró que él era un gran intercesor.
Abraham nos enseña que tenemos el deber de interceder por otros en oración. No debemos subestimar el poder de la oración de intercesión. Hay un refrán que dice: “Dios gobierna el mundo, mientras que la oración gobierna a Dios.” A través de nuestra intercesión, Dios puede salvar a los justos, sanar a los enfermos, y proteger a todos los que están en diferentes tipos de peligros. No importa tan lejos están ellos de nosotros, porque la distancia no es una barrera para que Dios nos escuche o actúe en nuestro favor.
En la segunda lectura, Pablo nos recuerda nuestra redención en Cristo Jesús. Nos recuerda que esto fue posible debido a nuestra fe en Dios que levantó a Jesús de entre los muertos. Por lo tanto, es a través de esta misma fe que constantemente hay que acercarnos a Dios nuestro padre en la oración. Es a través de esta misma fe que debemos interceder por nuestras familias, amigos y especialmente por nuestro mundo que ahora se encuentra en caos total.
El Evangelio de hoy es una llamada explícita a orar. El discípulo sabio humildemente imploró a Cristo: “Señor enséñanos a orar.” Es como el hombre que dice: “¡No me des pescado, enséñame cómo pescar!” Hoy Cristo oró y también nos enseñó como orar. El “Padre Nuestro” ha sido objeto de un debate innecesario. Esto es porque algunos han argumentado que no es una oración en sí mismo, sino un modelo de cómo orar. No hay necesidad de este argumento, porque a través de esta oración, las montañas han sido movidas, y muchas vidas han sido transformadas.
Hoy, Jesús nos enseña que la oración es una herramienta necesaria para nosotros. Todo lo que necesitamos es ser persistentes, pacientes y humildes. Por desgracia, la mayoría de nosotros no perseveran en la oración, pero queremos que las montañas se muevan a nuestros favores. La razón es sencilla, hemos perdido la fe en la oración y, por consiguiente, en Dios.
Si vamos a lograr éxito en nuestra misión, nuestra vida de oración debe ser reanimada y debemos quemarnos con el afán de orar. Por lo tanto, como el discípulo en el Evangelio de hoy, debemos humildemente implorar a Jesús: “Señor enséñanos a orar.” La oración es un proyecto simple que logra mucho. También, es una cosa del espíritu. Por lo tanto, Pablo nos recuerda que: “No sabemos qué pedir, pero el espíritu mismo intercede por nosotros en gemidos indecibles” (Ro 8:26). Así que, debemos pedirle constantemente el espíritu de Jesús que nos ayude a orar. También, es importante que tenga en cuenta que, si oramos según la voluntad y mente de Dios, se nos oirá.
Por último, nuestro Dios nunca duerme. Él sabe cuándo, dónde, y cómo responder y actuar. Por lo tanto, no debemos perder el hábito de orar e interceder por los demás. Esto es porque la oración abre el corazón de Dios. La oración rompe las barreras y trae el poder de Dios. Jesús comenzó su ministerio con oración y lo terminó con oración. Si perseveramos en oración, con mucho gusto declararemos: “¡Me escuchaste, Señor cuando te invoqué!”
¡La paz sea con ustedes!
¡Maranatha!