Somos el Pueblo de Dios
Lecturas: 1ra: Sab 18:6-9; Sal: 32, 1.12.18-22; 2da: Heb 11:1-2.8-19; Gos: Lc 12:35-40
Esta breve reflexión fue escrita por el Reverendo Padre Njoku Canice Chukwuemeka, C.S.Sp. Él es un sacerdote católico y un miembro de la Congregación de los Padres y Hermanos del Espíritu Santo (Espirítanos). Él está trabajando con el Grupo Internacional Espirítano De Puerto Rico y República Dominicana. Él es el administrador de la Parroquia La Resurrección del Señor, Canóvanas y el Canciller de la Diócesis de Fajardo-Humacao, Puerto Rico. Para más detalles y comentarios se puede contactarlo en: canice_c_njoku@yahoo.com, cancilleriadfh@gmail.com, canicechukwuemeka@gmail.com.
El concepto del “elegido o pueblo de Dios” es uno que es muy fuerte entre los judíos. Bíblicamente hablando, esto es justo. Sin embargo, la venida de Cristo amplió el alcance de este concepto a todos los bautizados en Cristo. Esto es porque: “El Bautismo nos hace una nueva criatura, hijos adoptado de Dios y partícipes de la naturaleza divina…” (CIC 1265). Según el Papa Francisco: “Dios no pertenece a ningún pueblo en particular, porque su misericordia quiere que todos se salven…”
Por lo tanto, en este décimo noveno domingo, la Iglesia nos recuerda nuestra herencia como el pueblo de Dios. También, nos recuerda nuestra fuerte raíz en Cristo. Como el pueblo de Dios, adoramos a un Dios maravilloso y cariñoso. Por lo tanto, tenemos el ánimo de mirar hacia adelante de un futuro glorioso del reino de nuestro padre.
La primera lectura de hoy señala la calidad de la alianza a través de la cual se estableció la nuestra ciudadanía como el pueblo de Dios. Esta alianza es divina y firme. Por lo tanto, nos amonestó a ser alegres y valientes, porque nuestra ciudadanía está basada en una fundación sólida. Esta alianza nos permite compartir en la herencia de Cristo y las bendiciones de nuestro padre.
Hoy, el salmista nos exalta: “¡Feliz el pueblo que el Señor ha elegido como herencia!” En palabras de orden, nuestro Dios ha extendido sus manos a todos nosotros a través de Cristo. Por desgracia, muchos de nosotros no han podido darse cuenta de nuestra posición exaltada como el pueblo de Dios. Este fracaso ha resultado en tantos problemas en nuestra vida. Por esta razón, hoy la Iglesia nos recuerda nuestro lugar legítimo ante Dios. Ella nos alienta a apreciar y aprovechar al máximo esta posición.
La segunda lectura nos presenta a Abraham como modelo de la fe. Nos convertimos en hijos adoptivos de Dios a través la fe. Así que, compartimos la misma herencia con Cristo. La fe es como el “DNA” que identifica a las personas de la misma ascendencia. Es la prueba de nuestro patrimonio al mismo padre. Dios se reveló plenamente en Cristo. Por lo tanto, es a través de nuestra fe en Cristo, que nos convertimos en el pueblo de Dios.
En el Evangelio, Jesús nos asegura que como el pueblo de Dios compartimos en su patrimonio. Este patrimonio es su reino. Cristo aleja nuestros temores alentándonos a no tener miedo. Él nos llama: “Pequeño rebaño”, lo que significa, mi amado pueblo. Él no se detuvo en esto, pero fue más allá a traernos la buena nueva de nuestro padre: “…El padre de ustedes ha querido darles el reino.” Este es el punto culminante del mensaje de hoy.
Sin embargo, como el pueblo de Dios, Cristo nos advierte a estar vigilantes. Esto es una condición necesaria para poder obtener este reino que es nuestro patrimonio. Por lo tanto, como el pueblo de Dios, debemos vivir vidas que representa un buen testimonio a nuestros padre y patrimonio.
Esta vida es una vida de vigilancia. Vigilancia aquí significa simplemente, ser consciente de quienes somos, el pueblo de Dios. Significa, valorar y guardar nuestro patrimonio. La marca de esta vida es nuestra fe. Es sólo a través de eso que podemos ser: “El pueblo feliz escogido por Dios”.
¡La paz sea con ustedes!
¡Maranatha!