Homilía del Vigésimo Noveno Domingo del Tiempo Ordinario, Año C

Unidos con Cristo en la Oracione Incesante
Lecturas: 1ra: Ex 17:8-13; Sal: 120; 2da: 2 Tim 3:14-4:2; Ev: Lc 18:1-8

Esta breve reflexión fue escrita por el Reverendo Padre Njoku Canice Chukwuemeka, C.S.Sp. Él es un sacerdote católico y un miembro de la Congregación de los Padres y Hermanos del Espíritu Santo (Espirítanos). Él está trabajando con el Grupo Internacional Espirítano De Puerto Rico y República Dominicana. Él es el administrador de la Parroquia La Resurrección del Señor, Canóvanas y el Canciller de la Diócesis de Fajardo-Humacao, Puerto Rico. Para más detalles y comentarios se puede contactarlo encanice_c_njoku@yahoo.com, cancilleriadfh@gmail.com, canicechukwuemeka@gmail.com.

Hoy es el vigésimo noveno domingo del tiempo ordinario. Como Moisés, quien levantó su brazo en una oración incesante de intercesión a Dios para su pueblo, los brazos de Cristo están constantemente abiertos en oraciones en la cruz en intercesión por nosotros, los miembros de su nueva alianza. Por lo tanto, la Santa Madre Iglesia nos llama a unirse con Cristo en esta oración incesante sin desmayar.

En la primera lectura, Dios demostró a los israelitas que Él es responsable para su vida, historia y circunstancias. Por supuesto, su éxito dependía totalmente de Él. Moisés el gran profeta e intercesor hizo lo que sabía hacer mejor, interceder incesantemente por su pueblo. A través de su acción e intercesión, se dio credibilidad a este dicho popular que: “La oración es la clave para el éxito”.

Por lo tanto, mientras las manos de Moisés estaban levantadas a Dios en oración, los soldados israelitas eran victoriosos en batalla. Esta lectura nos recuerda que nuestra victoria en la vida depende de Dios. También, nos recuerda que la solución a nuestras batallas y luchas diarias tiene su dimensión física y espiritual.

Por lo tanto, si olvidamos a Dios en nuestras luchas diarias y confiamos sólo en el brazo de nuestra carne, no lograremos nada. Así que, debemos ser firme en la oración. Además, debemos hacer lo que tenemos que hacer. En otras palabras, rezar y actuar. En todas las circunstancias de la vida, debemos estar constantemente en la presencia de Dios con nuestras mentes y corazones levantados a Él en oración. Como Moisés y el salmista, si seguimos levantando nuestras manos y ojos a Dios en oración: “Nuestro auxilio vendrá del Señor, que hizo el cielo y la tierra.” Esto es porque, Él nunca falla.

En la segunda lectura, Pablo nos recuerda la importancia de las escrituras en nuestro camino cristiano de fe. Como la palabra de Dios inspirada, las Escrituras deben ser los principios rectores de nuestra vida cotidiana y por supuesto, nuestra vida de oración. Por lo tanto, debemos permanecer fiel a Dios en oración continua. También, debemos aprender a meditar en su palabra.

A la luz del tema general de hoy, lectio divina se convierte en algo bien importante. Debemos orar con la palabra de Dios, y dejarla iluminar nuestras mentes. Esto es porque, a través del estudio constante y orante de la palabra inspirada de Dios, encontramos la fe, bien necesaria para preservar en la oración a la presencia de Dios.

En el Evangelio de hoy Jesús subraya la importancia de la oración continua. Lucas escribe: “Él dijo a sus discípulos una parábola sobre la necesidad de orar continuamente sin desmayar.” A través de su parábola, Jesús nos enseña a ser consistente y perseverar en la oración en todo momento. Por supuesto, habiendo sido un hombre de oración, sabía la importancia de la oración para sus discípulos. Será la clave de su éxito en su misión.

Lo mismo va para todos nosotros los cristianos. Si realmente queremos tener éxito, debemos hacer de la oración el fundamento de nuestra vida cristiana. Es una herramienta indispensable que todo cristiano necesita para tener éxito. La oración en cuestión aquí es, que nunca se rinde, y que busca fuerza de la palabra de Dios.

Por último, nunca debemos cansarnos de orar porque, Dios nunca está cansado de escucharnos. Él puede tomar tiempo para abrir la puerta como el juez en la parábola de hoy. Sin embargo, si no nos cansamos de orar, Dios no se cansará de escucharnos.

¡La paz sea con ustedes!

¡Maranatha!

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