Dios visita y revela a sí mismo a los humildes
Lecturas: 1ra: Zac 9:9-10; Sal: 145:2-3.4-9; 2da: Rom 8:9. 11-13; Ev: Mt 11:25-30
Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico, la isla del encanto. Es el Canciller de la Diócesis de Fajardo-Humacao, Puerto Rico; Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas, y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. Para más detalles y comentarios se puede contactarlo al: canice_c_njoku@yahoo.com, cancilleriadfh@gmail.com, canicechukwuemeka@gmail.com.
En este decimocuarto domingo, la Iglesia nos invita de manera especial a reflexionar sobre la humildad de Jesús y su opción por los pobres. Estas virtudes son muy necesarias para nuestro camino cristiano. La pobreza realmente humilla, sobre todo, cuando es libremente “elegida” por causa del reino de Dios y, en la imitación de Cristo.
La primera lectura de este domingo prefigura y personifica la humildad de Cristo que había de venir. Esta lectura es un rayo de esperanza para todos nosotros. Esto es especialmente para a los humildes de corazón y a los pobres en el espíritu: “¡Alégrate sobremanera, hija de Jerusalén! Mira a tu rey que viene a ti…humilde y montado en un burrito.” ¿No es esto maravilloso? Por supuesto, él viene a dar justicia y socorro a los humildes.
Esta visita es para todos nosotros. Por Dios, la importancia de cada uno de nosotros no depende de nuestras cuentas bancarias, o de nuestra profesión brillante, o de nuestra exitosa carrera política o de nuestro éxito en los negocios. Ser una persona humilde es ser importante, y es lo que importa a Dios. Esto es lo que nos merece esta visita divina de Dios.
En la segunda lectura, Pablo nos recuerda la necesidad de vivir en el espíritu. Esto es porque, es el espíritu que produce humildad. Por otro lado, la carne produce orgullo y todas las formas de vicios. “La carne”, como Pablo la usa, se refiere a la naturaleza humana. Es un principio que se apaga uno al mundo y sus tendencias materialistas. Mientras que, el espíritu de la regeneración es la luz que viene del cielo. Eleva la mente a las cosas celestiales.
Así que, la presencia del espíritu es una evidencia segura de una persona renovada. Incluso cuando uno es pobre materialmente, el espíritu lo mantiene activa y viva. Por lo tanto, Jesús enseña en la bienaventuranza: “Dichosos a los pobres de espíritu porque verán a Dios” (Mt 5:3). Es sólo el espíritu de Jesús que puede ayudar a uno a alcanzar esta virtud. El espíritu mundano que se manifiesta en el materialismo y la codicia no puede permitir esto. Por esta razón, Pablo nos dice: “El que no tiene el espíritu de Jesús no pertenece a él.” Esto es porque, es el “espíritu de Jesús que da vida a nuestro cuerpo mortal”.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos revela y nos da la clave al corazón de su padre. Esta clave es la humildad. Dios revela a si mismo a los humildes de corazón. Por tanto: “Dios resiste a los orgullosos de corazón, pero da gracia a los humildes” (Prov. 29:23). Si debemos servir a Dios bien, debemos ser humildes de corazón como Cristo nuestro Señor. Si nos humillamos, Dios revelará los secretos de su reino a nosotros.
Hoy, Jesús nos invita: “Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y, yo los aliviaré.” Esta invitación no es para a los soberbios de corazón y los orgullosos, porque apenas, se dan cuenta que están sobrecargados o necesitan ayuda. Más bien, es para a los sencillos y humildes de corazón que reconocen su necesidad de la intervención de Dios en su vida.
Es para aquellos que asumen la carga de su familia, de su matrimonio, de su comunidad y de su nación con humildad y valor. Es una invitación a aquellos que verdaderamente buscan el rostro de Dios. Es para aquellos que están listos para presentar y entregar todo a Cristo. Él viene, y viene para todos nosotros. Él invita, e invita a todos nosotros. Así que, acerquémonos a el cantando: “¡Bendeciré tu nombre por siempre, oh Dios, mi rey!
¡La paz sea con ustedes!
¡Maranatha!