La Palabra Y La Sabiduría De Dios Enriquece Nuestro Corazón
Lectura: 1ra: Sb 7, 7-11; Sal 89; 2da He 4, 12-13; Ev: Mc 10, 17-30
Esta breve reflexión fue escrita por el Reverendo Padre Njoku Canice Chukwuemeka, C.S.Sp. Él es un sacerdote católico y un miembro de la Congregación de los Padres y Hermanos del Espíritu Santo (Espirítanos). Él está trabajando con el Grupo Internacional Espirítano De Puerto Rico y República Dominicana. Él es el administrador de la Parroquia La Resurrección del Señor, Canóvanas y el Canciller de la Diócesis de Fajardo-Humacao, Puerto Rico. Para más detalles y comentarios se puede contactarlo en: canice_c_njoku@yahoo.com, cancilleriadfh@gmail.com, canicechukwuemeka@gmail.com.
En este vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario, celebramos a Cristo la sabiduría y la palabra de Dios. Incluso si no tenemos nada en este mundo, Cristo es suficiente y todas las cosas para nosotros. Somos ricos en él, porque Él está vivo y activo en nuestro corazón.
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Nuestra primera lectura de hoy personifica la sabiduría. Ella es la más preciosa de todas las perlas. Ella es Dios mismo. Todas las cosas buenas vienen, y deben volver a Él. Nada puede compararse con Sabiduría. Nada tiene valor sin ella. Quien la posea, ya tiene todo.
Todas las cosas creadas sólo participan en la belleza y esplendor de Dios. Por lo tanto, debemos buscar la sabiduría más que la riqueza material. Esto es porque, poseerla es poseer la más preciosa de todas las riquezas. Así que, San Agustín nos recuerda que: “Nuestro corazón no debe descansar hasta que esté unido a esta preciosa sabiduría.”
En nuestra segunda lectura, la carta a los hebreos describe la palabra de Dios como: “Una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos“. A través de esto, simplemente nos recuerda que la palabra de Dios es el poder supremo e irresistible a través la cual Dios nos alcanza y nos enriquece.
La palabra de Dios conquista y transforma cada corazón que humildemente la recibe. Así, como la plenitud de la sabiduría, la palabra de Dios “encarnada las escrituras”, es poderosa. Se trae nuestros verdaderos pensamientos e intenciones a la luz, y también disipa todas formas de oscuridad.
Por lo tanto, cuando Dios imprime su palabra en nosotros corazón a través del poder de su espíritu, nos convence poderosamente, nos convierte, transforma y conforta. La palabra de Dios humilla un corazón orgulloso. Hace que un espíritu perverso sea manso y humilde. Se aumenta la virtud en un corazón humilde.
El Evangelio de hoy es muy interesante. Destaca el hecho de que, una persona verdaderamente rica es aquella que posee la sabiduría verdadera y no sólo la riqueza material. También nos recuerda que la riqueza material podría ser un grave obstáculo para obtener la sabiduría verdadera.
El hombre rico en el evangelio de hoy vino a justificarse, y a desfilar su piedad religiosa. De hecho, Jesús apreció su esfuerzo. Sin embargo, Cristo sabía que algo realmente le faltaba. Cristo le diagnosticó de un sólo problema, apego a su riqueza.
Este era su “talón de Aquiles” o “punto débil”. Según su testimonio, le pareció que había
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hecho “todas las cosas bien”. Por desgracia, su punto débil era una zona intocable. Se alejó triste sin dejar todo delante de Cristo. El hizo “todas las cosas bien”, pero carecía de la sabiduría para entender que la clave de la vida eterna es el desapego de este mundo.
Hay lecciones importantes que aprender de las lecturas de hoy. Primera, podríamos tener un punto débil desconocido a nosotros. Sólo la sabiduría de Dios nos puede ayudar a iluminar esto. Segunda, a veces, nos parece que hemos hecho “todas las cosas bien.” Por desgracia, el orgullo y amor de este mundo nos dificulta ver la verdadera realidad de nuestras vidas.
Tercero, no debemos permitir que la riqueza se convierta en un obstáculo entre nosotros y la vida eterna. Hoy, Cristo nos enseña que el apego a la riqueza es la manera más fácil de abandonar a Dios. Esto es porque, apego a la riqueza y a este mundo, sobre carga y aliena el alma de uno. Hace que nuestro viaje espiritual sea muy pesado, difícil y casi imposible.
Finalmente, para ser verdaderamente sabio en nuestros tratos con la riqueza de este mundo, debemos buscar la sabiduría y el entendimiento que viene de Dios. Con el salmista, digamos humildemente a Dios, la verdadera sabiduría: “Sácianos, Señor, de tu misericordia, para que regocijemos”.
¡La paz sea con ustedes!
¡Maranatha!