Cristo, Nuestro Sumo Sacerdote Y Mediador
Lectura: 1ra: Jer 31, 7-9; Sal: 125; 2da: He 5, 1-6; Ev: Mc 10, 46-52
Esta breve reflexión fue escrita por el Reverendo Padre Njoku Canice Chukwuemeka, C.S.Sp. Él es un sacerdote católico y un miembro de la Congregación de los Padres y Hermanos del Espíritu Santo (Espirítanos). Él está trabajando con el Grupo Internacional Espirítano De Puerto Rico y República Dominicana. Él es el administrador de la Parroquia La Resurrección del Señor, Canóvanas y el Canciller de la Diócesis de Fajardo-Humacao, Puerto Rico. Para más detalles y comentarios se puede contactarlo en: canice_c_njoku@yahoo.com, cancilleriadfh@gmail.com, canicechukwuemeka@gmail.com.
En este Trigésimo Domingo del tiempo ordinario, la Iglesia nos invita a poner nuestra fe y esperanza en Cristo, nuestro sumo sacerdote. Como nuestro sumo sacerdote y mediador, Cristo abre nuestros ojos para ver las maravillas que él ha hecho por nosotros.
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Nuestra primera lectura este domingo es una articulación radical de la esperanza, como la base para la liberación y la supervivencia. Por lo tanto, encontramos imágenes de restauración y renovación. Exiliados, los israelitas eran débiles e indefensos. Sin embargo, la redención y la paz procedían de Dios.
Nuestra segunda lectura nos recuerda el papel del sacerdote. Todo sacerdote verdadero comparte en el sacerdocio de Cristo, el sumo sacerdote. Un sacerdote media para el pueblo y le ayuda a fortalecer su fe. “Cada sumo sacerdote fue elegido de entre lo humanos… y está constituido para intervenir en favor de ellos ante Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.”
Por lo tanto, durante el aniversario de su ordenación episcopal, San Agustín escribió: “tengo miedo de lo que soy para ustedes, pero soy fuerte por lo que estoy contigo. Para ustedes, soy un sacerdote, y con ustedes, soy cristiano… Ayúdame por su oracione y obediencia para llevar a cabo estos muchos varios y deberes serios… ” (Sermón 350, 1).
Entonces, como un ser humano “que vive en las limitaciones de la debilidad”, el sacerdote debe orar por sí mismo. Lo más importante es que, su comunidad siempre debe orar por él. Como cristianos, todos necesitamos la misericordia, la curación y la liberación de Dios de las limitaciones de la vida. Por lo tanto, debemos recurrir constantemente a Cristo, nuestro sumo sacerdote para que nos ayude.
El Evangelio de hoy, tiene mucho que enseñarnos. Vemos al ciego y pobre Bartimeo anhelando par la curación y la liberación. No permitirá que esta oportunidad lo pase. Así que, como un hombre ahogándose, gritó por ayuda: “¡Jesús, hijo de David, ten piedad de mí!”
El ciego Bartimeo, representa nuestra situación humana colectiva que está constantemente anhelando para curación y liberación de la debilidad, enfermedad, la pobreza y pecado. Nuestra ceguera puede, no ser necesariamente la pérdida física de la visión. Sin embargo, podría ser cualquier cosa que limite y nos impida alcanzar, o maximizar nuestro potencial en la vida.
Para estar libres de estas limitaciones, primero, debemos reconocer humildemente que existen. Segundo, es interesante notar que, Bartimeo no creyó porque fue curado. Más bien, se curó porque creyó, y humildemente clamaba por ayuda. Así que, al ver su fe, Cristo le dijo: “¡Tu fe, te ha curado!”
Hay un simple refrán que dice: “Si no estás cansado de orar, Dios no está cansado de
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oírte.” La buena noticia hoy es que, Cristo nuestro sumo sacerdote está siempre dispuesto a escuchar, sanar y liberarnos de lo que nos está limitando en la vida. Quiere que volvamos a vernos. Volver a ver, es tener una fe viva en Cristo, nuestro sumo sacerdote que media para nosotros ante el padre.
Sin embargo, como Bartimeo, debemos humildemente llamarle: “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí… Señor, que pueda ver. También, como Bartimeo, ni la multitud, ni el orgullo puede impedirnos llegar a Cristo. Como nos dice el salmista: “El pobre llamó y el Señor lo oyó” (Sal 36, 4).
Finalmente, si llamamos sinceramente a Cristo, nuestro sumo sacerdote en la fe, se nos oirá: ” Porque, todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (Ro 10, 13). Así que, hoy llenos de esperanza, cantemos: “¡Grandes cosas has hecho por nosotros Señor, estamos alegres!”
¡La paz sea con ustedes!
¡Maranatha!