Sábado de la XIX Semana del Tiempo Ordinario, Año A

Solemnidad de Asunción de la Santísima Virgen María

Lecturas: 1ra: Re 11:19.12:1-6-10; 2da: 1 Cor 15:20-26; Ev: Lc 1:39-56

Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y  miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico, la isla del encanto. Es el Canciller de la Diócesis de Fajardo-Humacao, Puerto Rico; Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas, y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. Para más detalles y comentarios se puede contactarlo al: canice_c_njoku@yahoo.com, cancilleriadfh@gmail.com, canicechukwuemeka@gmail.com.

Hoy celebramos una de las fiestas más antiguas de la Santísima Virgen María. En su Munificentissimus Deus del 1 de noviembre de 1950, Pío XII declaró solemnemente que: “La Inmaculada madre de Dios, la siempre Virgen María, habiendo completado el curso de su vida terrenal, fue asumida cuerpo y alma en gloria celestial”. El Papa Pío XII citó a varios padres de la iglesia a trazar la larga tradición de la creencia de la Asunción.

Aunque la definición solemne pudo haber sido en el punto mediados del vigésimo siglo, la creencia en la asunción de nuestra madre ejemplifica el dinamismo de la revelación y la comprensión continuada de la iglesia de ella bajo la guía del Espiritu Santo.

Nuestra primera lectura de Apocalipsis, relata la visión del arca de la Alianza en el cielo y de la mujer vestida con el sol. Después del nacimiento de su hijo, sufrió una gran tribulación de la cual Dios la protegió a ella y a su hijo. Desde la era patrística, la Santísima Virgen María se ha asociada con el arca de la Alianza. Es decir, que lleva a Cristo, la plenitud de la nueva alianza de Dios.

En la segunda lectura, Pablo recuerda la resurrección de Cristo y su importancia para todos los creyentes. Nuestra esperanza está el hecho de que Cristo, quien fue resucitado por el padre, también facilitará nuestra propia resurrección en su propio tiempo. ¿Cristo dejó atrás a su madre y a su primer discípulo? Ciertamente no, porque él prometió: ” Y, si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté” (Jn 14:3).

Por lo tanto, lo que celebramos hoy es una promesa cumplida en su más excelente, honorable y adorable forma. Cristo protegió no sólo el alma de su madre concebida sin pecado, sino también su cuerpo incorruptible.

Por lo tanto, el Evangelio de hoy nos recuerda que la asunción de María al cielo se entiende mejor con respecto a la plena comprensión de las creencias católicas sobre la persona de Cristo y de María. Sólo María, que nació sin mancha de pecado original, podría dar a luz a Cristo, que es plenamente Dios y humano.

Debido a su papel en el plan de salvación de Dios, ella no sufre de los efectos del pecado, que son la muerte y la decadencia. María es la primera en recibir la plenitud de la redención que su hijo ha ganado por toda la humanidad. La iglesia, por lo tanto, reconoce a María como la señal de la salvación prometida a todos.

La solemnidad de hoy nos da una gran esperanza al contemplar este gran aspecto de esta gran mujer de la fe, la Santísima Virgen y la madre de Dios. Ella nos motiva con su ejemplo a crecer en la gracia de Dios, a ser receptivo a su voluntad, a transformar nuestras vidas a través de sacrificio y penitencia. Sobre todo, ella nos motiva a buscar y fijar nuestros ojos en esa unión eterna en el reino de los cielos.  

La paz sea con ustedes

¡Maranatha!

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