Nuestra Señora de los Dolores, Ruega por Nosotros
Lecturas: 1ra: Cor 12:12-14.27-31; Sal: 100; Ev: Jn 19:25-27
Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico, la isla del encanto. Es el Canciller de la Diócesis de Fajardo-Humacao, Puerto Rico; Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas, y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. Para más detalles y comentarios se puede contactarlo al: canice_c_njoku@yahoo.com, cancilleriadfh@gmail.com, canicechukwuemeka@gmail.com.
Hoy, el martes de la vigésima cuarta semana del tiempo ordinario, la Iglesia celebra el memorial de Nuestra Señora de los Dolores.
La fiesta de hoy recuerda las siete referencias bíblicas a los dolores de María (Lc 2:34-35; Mt 2:13-14; Lc 2:46-48; Jn 19:17; Jn 19:25-27; Mt 27:57-58, y Jn 19:40-42). Como madre del Salvador, María sufrió mucho dolor.
Hace unos meses, el mundo atestiguó una de las separaciones más horribles de los niños de sus madres en la historia de los Estados Unidos. Este terrible mal ocurrió en nombre de la política de inmigración.
Los gritos de las pobres madres latinas, mi Hijo, hija mía” y de los niños separados por la fuerza, “mi Madre”, “Mamí”, cayeron en oídos sordos.
Era como, “un grito en Ramá, lamentos y amargo llanto. Es Raquel, que llora por sus hijos y no quiere ser consolada; ¡sus hijos ya no existen” (Jer 3:15).
Ese día, esas pobrecitas madres latinas compartieron los dolores de María. Mientras María observaba a su hijo sufrir y morir en la cruz, ellas observaron a sus bebés llevado y encerrados en jaulas como animales.
Así que, como las madres atestiguan, la alegría de ver vivo a su hijo no tiene precio. Por otro lado, es una fuente de dolor terrible para una madre ver a su hijo sufrir o ser matado.
María conocía la alegría de ser una madre. También, sufrió el dolor de ver a su hijo crucificado como un criminal. María estuvo allí en los momentos más importantes de la vida de Jesús. Así que, ella también tenía que estar bajo la cruz.
Así que, en el evangelio de hoy, al ver el dolor de su querida madre, Cristo la entregó al discípulo amado: “Mujer, he aquí, tu hijo. Hijo he aquí, tu madre.”
Desde este momento, María continuó viviendo y orando con los apóstoles (Hechos 1:14). Fue testigo del primer Pentecostés, y del nacimiento de la nueva Iglesia. Ha estado con la Iglesia durante todas sus tribulaciones.
En efecto, la profecía de Simeón de que “una espada perforará tu corazón (Lc 2, 34-35) se cumplió en la vida de María.
¡Nuestra Señora de los Dolores, Ruega por Nosotros!
La paz sea con ustedes.
¡Maranatha!