Homilía del Trigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, Año B

Generosidad y Confianza en la Divina Providencia

Lectura: 1ra: 1 Re 17, 8-16; Sal 145; 2da He 9, 24-28; Ev: Mc 12, 38-44

Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y  miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico. Es el Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. Fue el Canciller de la Diócesis de Fajardo Humacao, Puerto Rico. El Padre Canice es miembro de la academia de homilética (The Academy of Homiletics). Para más detalles y comentarios se puede contactarlo al:canice_c_njoku@yahoo.com, canicechukwuemeka@gmail.com

(https://orcid.org/0000-0002-8452-8392)

Hoy, el trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario, la Iglesia nos alienta a aprender, y apreciar las virtudes de la generosidad y la hospitalidad. Ella nos recuerda que, como Cristo se ofreció generosamente para nuestra salvación, nosotros también debemos ser generosos con los demás. Un tema común a las lecturas de este domingo es: La generosidad, y confianza en la Divina Providencia.

En nuestra primera lectura, Elías el Profeta de Dios probó la generosidad y la fe de la viuda de Sarepta. Como Oliver Twist (de la novela popular de Charles Dickens, de 1838), Elías siguió pidiendo más. Sin embargo, a pesar de su pobreza la viuda, era generosa a él.

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El miedo del futuro es uno de los mayores enemigos de la generosidad y la prosperidad. Elías sabía lo asustado que estaba la viuda. De hecho, su miedo era genuino. Esto es, dado las circunstancias fuera de su control en ese momento. Por lo tanto, Elías comenzó de calmar su miedo: “No tengas miedo!” Entonces, se profetizó a ella: “Así dice el Señor de Israel: ‘La tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará.'”

De hecho, esta profecía se cumplió en la vida de la viuda y no le faltó nada después. Su fe y confianza en la palabra de Dios, y por supuesto, en la Divina Providencia nunca le defraudó. Más bien, su situación cambió y mejoró más allá de la expectativa. Su vida se transformó de penuria a la abundancia, de miseria a lujo, y de pobreza a la prosperidad.

Nuestra segunda lectura también destaca la generosidad de Cristo. Con su confianza en su padre, él se ofreció generosamente como “un sacrificio vivo y santo” (Rom 12:1). Lo que ofreció o perdió generosamente a través de su sufrimiento y muerte, ganó victoriosamente a través de su resurrección y ascensión. Esta fue la recompensa suprema de Dios a Cristo por su generosidad suprema.

El Evangelio es similar a la primera lectura. También, confiando en la Divina Providencia para su supervivencia, la viuda ofreció todo lo que tenía. Ella ofreció generosamente porque, ella confió, y conoció el Dios que servía. Al colocar toda su confianza y su futuro en las manos de Dios, conquistó su miedo del futuro, y el instinto de la auto preservación.

Hay muchas lecciones para nosotros en las lecturas de hoy. Primero, todas las figuras de nuestras lecturas eran generosas. Segundo, todos confiaron en la Divina Providencia. Nos enseñan, o nos recuerdan estos simples principios de la generosidad y la prosperidad que: “Los que dan, nunca carecen”, y “Bendito es la mano que da, y la mano que recibe”.

En la vida, momentos de escasez, son momentos de pruebas. Son momentos de confianza en la Divina Providencia. Son momentos de grandes bendiciones. Así, Tobit nos aconseja que: “Es mejor dar limosnas que atesorar oro…. Aquellos que realizan actos de caridad y justicia (generosidad) tendrán la plenitud de vida “(12, 8-9).

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Finalmente, como nuestro gran proveedor (Gen 22:14), “Dios proveerá de todo lo que necesitamos, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús.” (Phil 4, 19). El conoce nuestras necesidades y sabe cómo ayudarnos. Todo lo que tenemos que hacer es, confiar en su Divina Providencia. Así que, pidámosle a Cristo que nos conceda un corazón generoso, para que podamos sembrar generosamente: “Porque, Dios ama al que da con alegría” (Co 9:7).

¡La paz sea con ustedes!

¡Maranatha!

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