Homilia del Primer Domingo de Adviento, Año C

Adviento de la misericordia y liberación

Lectura: 1.ª: Jer 13: 33-37; Sal 24; 2.ª: 1Te 3: 12. 4:2; Ev: Lc 21:25-28. 34-36

Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y  miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico. Es el Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. Fue el Canciller de la Diócesis de Fajardo Humacao, Puerto Rico. El Padre Canice es miembro de la academia de homilética (The Academy of Homiletics). Para más detalles y comentarios se puede contactarlo al:canice_c_njoku@yahoo.com, canicechukwuemeka@gmail.com.

(https://orcid.org/0000-0002-8452-8392)

El término Adviento viene de dos palabras en latín “Adventus” o “Advenire” que significa simplemente “llegar” o “venir” respectivamente. “Adviento marca el inicio del calendario litúrgico de la iglesia. Es un período de cuatro semanas previas a la Navidad. Para nosotros los cristianos y católicos en particular, significa un momento de expectativa y preparación para la venida del Señor. Por lo tanto, la profecía de Juan Bautista: “La voz de una llamada en el desierto, preparen el camino para el Señor” (Mc 1, 3), se hace eco fuerte para nosotros esta temporada.

Adviento es un tiempo cuando esperamos misericordia y liberación porque nuestro Señor, Rey del Universo cuya solemnidad celebramos el domingo pasado viene con poder para reinar sobre su pueblo. Cristo viene a perdonar y liberarnos de temores y todo tipo de opresiones.

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Como dice la primera lectura, este es el tiempo que esperamos el cumplimiento de las promesas de Dios para nosotros sus hijos. La promesa se trata de nuestra liberación y la restauración de nuestra integridad perdida que ha sido sofocada por el miedo de lo desconocido. Es igualmente, una época de restauración de nuestra esperanza y fe. Jesús también viene a liberarnos de la vergüenza y sus consiguientes dolores. ¿Cómo empezáramos esta preparación?

Pablo nos da una pista en nuestra segunda lectura cuando afirma: “Puede así confirmar sus corazones en santidad que es intachable delante de nuestro Dios. Cuando nuestro Señor Jesús venga con todos sus santos.” La santidad de la vida en nuestro mundo hoy parece haber perdido su significado, o tal vez, es un concepto que suena tan abstracto. En otras palabras, se cree por muchos, incluso cristianos, que es inalcanzable. Sin embargo, es una condición necesaria para ver y conocer al Señor cuando se venga porque, “sin santidad nadie puede ver al Señor” (He 12, 14).

Por lo tanto, significa que a pesar de las dificultades que enfrentamos en la consecución de la santidad, esta temporada como Pablo nos amonesta, tenemos que “progresar más y más en la clase de vida que estamos destinados a vivir.” Este es un llamado a luchar por la perfección. Si no fuera posible, Cristo y los apóstoles no nos hubieran dicho sean perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. Entonces, esta temporada, dejemos la avaricia, libertinaje, ambiciones desmesuradas, enojo, malicia, maledicencia, chismes, aborto, embriaguez, inmodestia y todo tipo de vicios. Debemos preparar y dotarnos de buenas virtudes como una novia en espera de su novio.

Por último, otra cosa importante que debemos hacer como nos dice el Evangelio de hoy es, mantenernos positivamente ocupados, despiertos y vigilantes. Por lo tanto, este es un llamado a intensificar y fortalecer nuestra vida de oración. Esto es porque la oración purifica el alma; arroja lejos todos los miedos. También, nos prepara y fortalece. La oración nos provee la energía espiritual, el valor y la confianza para estar firmes mientras esperamos la venida de nuestro Señor. La oración intensiva esta temporada en lugar de ser llevado por preparaciones mundanas es lo que el Señor quiere de nosotros este tiempo de Adviento.

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Que nuestro Señor nos encuentre despiertos y listos cuando venga a liberarnos del temor y de la opresión que nos mantiene cautivos. Así que, unámonos al salmista al decir: “A ti, Señor, levanto mi alma, hazme conocer tus caminos y enséñame tus senderos” (sal. 34, 4).

¡La paz sea con ustedes!

¡Maranata!

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