Homilía del Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario, Año C

Virtudes y elementos esenciales de nuestra vida Cristiana

Lecturas: 1ra: 1 Sam 26:2, 7-9, 12-23; Sal: 103; 2nd: I Cor 15:45-49; Ev: Lc 6:27-38

Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y  miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico. Es el Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. Fue el Canciller de la Diócesis de Fajardo Humacao, Puerto Rico. El Padre Canice es miembro de la academia de homilética (The Academy of Homiletics). Para más detalles y comentarios se puede contactarlo all:canice_c_njoku@yahoo.com, canicechukwuemeka@gmail.com.

(https://orcid.org/0000-0002-8452-8392)

En este séptimo Domingo, la Iglesia nos recuerda las virtudes esenciales y los elementos de nuestra vida cristiana. Incluyen: misericordia y compasión, amor de Dios y al prójimo, autocontrol y apreciación de los valores, responsabilidad moral, conciencia del pecado y, el sentido de lo sagrado. Estas son marcas de nuestro progreso espiritual y crecimiento cristiano. Estas también forman parte de la doctrina social de la iglesia.

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La primera lectura de hoy es muy dramática. David tenía la orden de muerte de sus enemigos en sus manos, sin embargo, se negó a pronunciarlo. Más bien, lo dejó para que Dios se pronuncie a su manera, y en su momento oportuno. Él escuchó la palabra de Dios: “No paguen a nadie mal por mal. La venganza es mía” (Ro 12:17-19; Deut 32:35).

En el Evangelio de hoy Jesús dio un sermón muy importante sobre estas virtudes esenciales y elementos que deben guiar nuestras vidas y acciones como cristianos. Es un mandamiento nuevo porque, anula la ley del antiguo testamento que se trata de ataque represalia o de la justicia retributiva. No hay duda de que, humanamente hablando, es muy difícil. Sin embargo, exige mucho sacrificio y valentía.

Entonces, ¿cómo reconciliamos nuestra búsqueda constante de justicia con las virtudes de la misericordia y la compasión? ¿Hay algún terreno común entre ellos? Esto es especialmente, en nuestro mundo en el que constantemente hablamos de misericordia, y al mismo tiempo abogamos por el sentido más estricto de la justicia. Es decir, el castigo máximo (incluso la pena de muerte), para nuestros ofensores.

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El segundo prefacio de la oración eucarística semanal nos da una pista de este problema cuando dice: “En la justicia Dios nos condenó, en misericordia nos redimió.” Sí, es lo que es. La justicia y la misericordia pueden ser mutuamente excluyentes contra lo que nuestra sociedad nos ha programado a creer.

Los dolores y las heridas no sanan tan rápido. En algunos casos, sus cicatrices no desaparecen completamente durante toda la vida de uno. Sin embargo, Cristo lo sabía perfectamente bien. No sólo predicó este sermón, sino que también lo vivió. Así que no nos pide que hagamos lo que no hizo.

Pablo nos recuerda en nuestra segunda lectura que, derivamos nuestro cuerpo y forma de vida del hombre terrenal (Adán). Mientras derivamos el espíritu que da vida y anima nuestro cuerpo del hombre celestial (Cristo).

Por lo tanto, aquellos que han recibido a Cristo son guiados por su espíritu. Nacen del espíritu. Aunque, el nuevo mandamiento de Cristo puede parecer difícil, su espíritu y su gracia nos ayudaran vivir estas virtudes esenciales y elementos de nuestra vida cristiana.

Hay tantas lecciones para nosotros de las lecturas de hoy. Primero, debemos aprender a dejar la venganza por Dios. Por lo tanto, no debemos aprovechar todas las oportunidades para la venganza contra nuestros delincuentes. El perdón cura todas las heridas y borra todas las cicatrices.

Segundo, no siempre debemos inclinarse ante las presiones de las circunstancias, o de nuestros colegas para hacer el mal. Esto es porque, dos males nunca equivalaran aun un buen acto. Un ataque de represalia o venganza puede herir a uno aún más de lo que lastimará a su ofensor. En este caso, podemos ganar la guerra, pero no la paz, el amor y la amistad.

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Por último, no importa nuestra situación o circunstancia, no debemos perder el sentido de lo sagrado. Debemos protegernos contra el pecado. Además, recordemos que no podemos ayudar a Dios en su juicio. Él sabe qué hacer, cómo hacerlo, y el mejor momento para hacerlo. Por lo tanto, debemos dejar que Dios sea Dios. Porque, “El Señor es compasivo y misericordioso “.

¡La paz sea con ustedes!

¡Maranatha!

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