A Cristo resucitado, sea todo honor, gloria y poder
Lecturas: 1rª: Hecho 5, 27-32.40-41; Sal: 29; 2da: He 5, 11-14: Ev: Jn 21, 1-19
Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico. Es el Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. Fue el Canciller de la Diócesis de Fajardo Humacao, Puerto Rico. El Padre Canice es miembro de la academia de homilética (The Academy of Homiletics). Para más detalles y comentarios se puede contactarlo all:
canice_c_njoku@yahoo.com, canicechukwuemeka@gmail.com.
(https://orcid.org/0000-0002-8452-8392)
En este tercer domingo de Pascua, proclamamos que el Cristo resucitado es el Señor. Hoy, a través de la celebración de la Eucaristía, afirmamos que Él es el Cordero que fue inmolado. Por lo tanto, Él es digno de recibir todo poder, honor y gloria. Tanto la primera, como la segunda lectura de hoy dan grandes testimonios de la grandeza de Cristo.

En la primera lectura, dirigido por Pedro, los apóstoles continuaron dando testimonio a Cristo resucitado. Ni siquiera los judíos a quienes ellos tenían previamente miedo podrían detenerlos. El temor ahora pertenece al pasado. Por lo tanto, Pedro audazmente dice al sumo sacerdote: “Nosotros somos testigos de todo esto, nosotros y el Espíritu Santo.”
A pesar de todas las humillaciones y las amenazas a su vida, Pedro insistió: “Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres.” Ahora están seguros de que superarán la muerte como lo hizo Cristo. Sus firmezas nos recuerdan que la obediencia a Dios se manifiesta en la fidelidad a nuestra vocación y nuestro testimonio por Cristo.
En el evangelio de hoy, Jesús se apareció a sus apóstoles por la tercera vez. Esta vez fue en la orilla de mar mientras que pescaban ¡Qué frustrados y avergonzados estaban estos hombres! A pesar de su experiencia y habilidades, no podían coger ningún pescado. Esto es porque han abandonado su verdadera misión. Han actuado de manera contraria a la misión declarada de Cristo para ellos: “A partir de hoy ya no van a capturar peces, les haré pescadores de hombres” (Mt 4:9). Se suponían que estuvieran cuidando el negocio del Señor y no el de ellos.

También hoy, Cristo preguntó a Pedro tres veces: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? ¡Apacienta mis corderos… Pastorea mis ovejas…!” Cristo quiso estar seguro del compromiso de Pedro para dirigir a su rebaño. Esto también demuestra la magnitud de la misión que Cristo quiso encomendar a Pedro. Era una forma de recordarnos que: “A quien mucho se da, mucho se espera.” Por lo tanto, Cristo nos recuerda que nuestra vocación es muy importante. También nos recuerda que, como sus discípulos, debemos estar dispuestos a aceptar todo tipo de humillación para la buena nueva.
Hay muchas otras lecciones que aprender hoy. A veces, abandonamos nuestras vocaciones, por otras “cosas o lugares” que nos parecen “más interesante.” Por desgracia, en lugar de seguir adelante, debemos sentirnos frustrados como Pedro y sus compañeros. Por lo tanto, fallamos en la mayoría de las veces porque estamos en un lugar equivocado, o hacemos lo correcto en el momento equivocado.
Si nos abandonamos la voluntad de Dios y a nuestra vocación, podíamos trabajar en vano “toda la noche”. Asimismo, cuando dependemos exclusivamente de nuestro instinto humano más que en el espíritu de Dios, el éxito podía eludirnos. Por eso, siempre hay que recordar estas palabras de Cristo nuestro maestro: “¡Sin mí, no pueden hacer nada, o separados de mí no pueden ustedes hacer nada! (Jn 15:5).

Por fin, como Cristo se reveló a sí mismo a sus discípulos a través del sacrificio del pan y del vino, cada día sigue revelándose a nosotros a través de la Santa Eucaristía y a través cosas ordinarias de la vida. Esto es, a pesar de nuestra infidelidad y debilidad. Por lo tanto, en la Misa, cosas simples como el pan y el vino nos ayudan a descubrir la presencia del Señor entre nosotros. A través de la Eucaristía, Cristo fortalece nuestra fe. También nos recuerda nuestra misión y qué deberíamos ser. Que todo poder, honor, gloria y alabanza sea a Cristo resucitado por siempre. Amén.
¡La paz sea con ustedes!
¡Maranatha!