Homilía del Trigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, Año C

Preseverancia y Esperanza en Jesucristo 
Lecturas: 1raMac 7, 1-14; Sal: 16 1. 5-15; 2da2Tes 2, 16-5, 3; Ev: Lc 20, 27-38

Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y  miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico. Es el Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. Era el Canciller de la Diócesis de Fajardo Humacao, Puerto Rico. El Padre Canice es miembro de la academia de homilética (The Academy of Homiletics). Para más detalles y comentarios se puede contactarlo al: 

canice_c_njoku@yahoo.com, canicechukwuemeka@gmail.com

(https://orcid.org/0000-0002-8452-8392)

En este trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario, la Iglesia nos recuerda la importancia de la esperanza anclada en Cristo y en nuestra resurrección en Él. Se nos recuerda que, si perseveramos valientemente las tentaciones, dificultades y persecuciones de esta vida, lograremos nuestra esperanza en Cristo.

HOMILIAS C – PALABRA DE DIOS

Lo que nos mantiene firmes como cristianos es la esperanza que algún día nuestra vida sería mejor. Es la esperanza de que “nos veremos a dios cara a cara “(Ap. 22:4). Es la esperanza de que la plenitud de la vida no reside aquí en la tierra, sino en el reino eterno de Dios. Por lo tanto, la Iglesia nos enseña que: “La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino del cielo y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. CIC1817). 

La primera lectura de hoy podría resumirse en este simple adagio latino que dice: “¡Tolerandum et sperandum (debemos aguantar y esperar)!” La historia de los siete hermanos es un ejemplo típico de cómo la esperanza puede sostenernos. Lo que estaba en juego era algo más que de comer la carne de cerdo. Más bien, era sobre el mandato de Dios su valor, y su identidad como el pueblo de Dios.

Se enfrentaron persecución valientemente por la esperanza que tenían en la promesa de Dios de la vida eterna: “Era cielo, que me dio estos miembros…de él espero recibirlos nuevamente.” La lección que debemos aprender de este acto heroico es que no debemos tener miedo de persecuciones o dificultades por nuestra fe en Cristo. Más bien, debemos dejar que la esperanza que tenemos en la vida eterna nos sostiene siempre. “Mantengamos firmes sin perder nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.” (Heb 10: 23).

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En la segunda lectura, Pablo oro por nosotros. Pidió a “Dios que equipa con comodidad y esperanza, que nos fortalece en todo lo que es bueno.” Pablo escribió a un pueblo, que debido muchos sufrimientos, persecuciones y dificultades espera el inmediato regreso de Cristo. Por lo tanto, él escribió para animarlos a soportar mientras que esperan el cumplimiento de la promesa de Cristo. Por lo tanto, se ora por la fuerza que se sostienen en sus tiempos de sufrimientos y duros: “…el Señor es fiel y les dará fuerza y les guardará del todo mal…”

El Evangelio de hoy es sobre la esperanza. Es decir, ¡la esperanza en la resurrección de los muertos! Los saduceos sólo estaban buscando una manera de atrapar a Christ. También, querían justificar su creencia de que la vida termina aquí en la tierra. Sin embargo, estaban equivocados. A través de su discusión con ellos, Cristo nos asegura que la vida no termina aquí. Por lo tanto, Pablo nos recuerda que: “Si nuestra esperanza en Cristo es sólo para esta vida, entonces nos merecen más lástima que nadie” (I Co 15:19). Nuestra esperanza no debe terminar aquí porque estamos en un viaje hacia la vida eterna en Cristo.

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Hoy, la Iglesia nos llama a permanecer firmes a la esperanza que tenemos en el gozoso cumplimiento de las promesas de Dios y de nuestra resurrección en Cristo. Esperanza fortalece nuestra fe, y nos mantiene orando. Oremos entonces con el salmista al Señor: “Escóndeme a la sombra de tus alas, y al despertar, me saciaré de tu presencia con la visión de tu gloria.

¡La paz sea con ustedes!

¡Maranata!

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