Homilía del Domingo de La Santísima Trinidad, Año B

La Santísima Trinidad es nuestro modelo de unidad

Lecturas: 1ra: Dt 4, 32-34; Sal 32; 2da Ro 8, 14-17; Ev: Mt 28, 16-20

Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y  miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico. Es el Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. El Padre Canice es miembro de la academia de homilética (The Academy of Homiletics). Para más detalles y comentarios se puede contactarlo al canice_c_njoku@yahoo.com, canicechukwuemeka@gmail.com

(https://orcid.org/0000-0002-8452-8392)

Hoy celebramos uno de los mayores misterios de nuestra fe cristiana, la Santísima Trinidad. Esta celebración nos recuerda que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están trabajando juntos. Nunca se separan, sin embargo, cada uno de ellos es Una Persona Divina y distinta. Hay unidad de la esencia y de la relación entre las tres personas divinas.

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Ninguna cantidad de debate filosófico o investigación científica puede explicarlo completamente. Es un misterio y puede ser apreciado mejor sólo con los “ojos de la fe.” Como un dogma, “es un artículo de fe revelado por Dios, que el Magisterio de la iglesia presenta como necesario para ser creído…” Por lo tanto, la oración de Pablo se vuelve importante hoy: “Que el Señor ilumine los ojos de sus mentes…” (Ef 1, 18).

En nuestra primera lectura, Moisés nos recuerda, de la naturaleza maravillosa y misteriosa de las obras de Dios. En otras palabras, que se necesita un Dios amoroso y misterioso para lograr una tarea maravillosa y misteriosa de la salvación. Por lo tanto, él nos alienta a fortalecer nuestra fe en Dios simplemente obedeciendo sus mandamientos.

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En la segunda lectura, aunque sin ofrecer ninguna enseñanza sistemática sobre la Santísima Trinidad, Pablo presenta las tres personas divinas en sus formas y acciones concretas: “Guiados por el Espíritu Santo, somos hijos de Dios… Y somos herederos de Cristo. ” Es el mismo Espíritu que procede tanto del Padre y del Hijo que nos ayuda a llamar a Dios Padre.

En el Evangelio de hoy, Cristo mismo reveló el misterio de las tres personas divinas a nosotros. Él reveló esto con un mandato: “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.” Esta es la fórmula trinitaria. Por lo tanto, cualquier misión y oración sincera realizada en el nombre de la Santísima Trinidad lleva una marca de excelencia.

Hoy, la Iglesia nos recuerda que las tres personas divinas no están divididas en sus acciones de gracia. En cambio, trabajan y caminan juntos. Tienen la misma misión, que es la salvación del mundo. El Padre envió al Hijo para redimir al mundo (Jn 1, 1-3). Y el padre y el Hijo nos enviaron el Espíritu Santo como nuestro Consolador y Defensor (acto 1, 8.2). Ninguno de ellos tiene un dominio absoluto de un período o tiempo determinado. Esto es porque, a pesar de ser tres personas distintas, tienen una esencia. Son eternamente Uno y unidos.

Así que, la oración de Cristo al Padre: “Que sean uno, como somos Uno” (Jn 17:22), es una oración que surge del amor trinitario. Por eso, la Iglesia y cada familia que forma la iglesia universal es el sacramento de la Trinidad, y debe ser caracterizada por amor y unidad.

Por lo tanto, lo que celebramos hoy es un modelo para nuestra unidad. Tenemos mucho que aprender de la Santísima Trinidad. Lo más importante es que, como la Santísima Trinidad, podemos vivir y trabajar juntos como una familia de Dios. También nos recuerda que, a pesar de nuestros distintos talentos, dones, niveles sociales y económicos, podemos vivir y trabajar juntos para la salvación del mundo. Esto es porque, llevamos una misma imagen de Dios, y fuimos bautizados por el mismo Espíritu cuya marca llevamos (Ef 4, 30). Así que, a pesar de nuestras personalidades individuales la unidad es posible y una opción fundamental.

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Finalmente, la celebración de la Santísima Trinidad nos recuerda que, si seguimos unidos, nuestras diferentes personalidades se convertirían en nuestra fuerza, en lugar de nuestra debilidad o la causa de nuestra desintegración. Por su amor y unidad, alabemos a la Santísima Trinidad: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.  Amén.

¡La paz sea con ustedes!

¡Maranatha!

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