Homilia Para El Vigésimo Cuatro Domingo Del Tiempo Ordinario, Año A

El Perdón Libre, Y Sana

Lecturas: 1ra: Sirac, 27: 30-28:7; Sal: 102; 2da: Rom 14: 7-9; Ev: Mt 18, 21-35

Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y  miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico, la isla del encanto. Es el Canciller de la Diócesis de Fajardo-Humacao, Puerto Rico; Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas, y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. Para más detalles y comentarios se puede contactarlo alcanice_c_njoku@yahoo.com, cancilleriadfh@gmail.com, canicechukwuemeka@gmail.com.

Hoy es el vigésimo cuarto domingo del tiempo ordinario. La semana pasada, la iglesia nos recordó la importancia de la reconciliación a través del diálogo fraterno y el amor mutuo. Hoy, ella nos invita a reflexionar sobre el perdón. Es un elemento bien importante de la reconciliación, y nuestra creencia cristiana. Es el mensaje central de la primera lectura y el Evangelio de hoy.

Hay un refrán popular que, errar es humano, mientras que perdonar es divino. Es decir, que aquel que peca actúa humanamente. Esto es porque, es parte de nuestros atributos como humanos errar o pecar. Por otro lado, la persona que perdona actúa divinamente. Esto es porque, perdonar es participar en un atributo bien importante y la naturaleza de Dios. Es decir, su divinidad. Es por lo que nuestro Dios es conocido. “Él es compasivo, misericordioso, amoroso y perdona” (Sal 102).

La primera lectura de hoy se centra en el perdón. Primero, nos recuerda que para que nuestra oración sea aceptable o escuchado, debemos perdonar a los demás. En segundo lugar, presupone que todos somos pecadores, y en necesitad de perdón de Dios. Entonces, para que seamos perdonados, primero debemos perdonar a los demás. Por lo tanto, Sirac nos insta: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y cuando ores, tus pecados serán perdonados.” Este es una llamada a liberar a los demás, para que también, seriamos liberados y curados.

En la segunda lectura, Pablo nos recuerda algo muy importante. “La vida y la muerte de cada uno de nosotros tiene su influencia en el otro.” También, nuestra capacidad de perdonar tiene una gran influencia en el otro, así como, en nosotros mismos. Es importante notar que el perdón tiene un doble efecto. Es una medicina de dosis única que cura a una o muchas personas al mismo tiempo. Se libera a aquel que es perdonado, y sana al que perdona.

En el Evangelio, Cristo lleva el perdón a un nivel diferente y práctico. Esto se desarrolla en el diálogo entre Pedro y Cristo. Pedro hizo una pregunta teórica: “¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano?” Jesús le respondió de la manera más práctica: “Hasta setenta veces siete.” La respuesta de Cristo, simplemente nos recuerda que el perdón cristiano no tiene límites. Debemos perdonar a todos y para siempre, como la oración de San Francisco de Asís dice: “Que donde haya ofensa, ponga yo perdón.”

Por lo tanto, para demostrar esto, Jesús dice una parábola sobre el Reino del cielo. Reflexionemos sobre cuántas veces hemos actuado como el siervo malvado. Fue perdonado una gran deuda, pero no podía perdonar a su vecino una poca deuda. Fue liberado, pero encarceló a su vecino. El mensaje de esta parábola es que debemos tratar a los demás misericordiosamente. Debemos perdonar, porque Dios nos perdona todos los días. No debemos siempre despreciar a nuestros vecinos. Más bien, debemos considerar sus situaciones como Dios considera nuestra situación siempre.

Jesús nos dice que perdonemos todo, y para siempre. ¿Qué significa perdonar todos y para siempre? En primer lugar, no significa: “Te perdono, pero vamos por caminos separados” o, te perdono, pero no quiero verte más en mi vida “ o, te perdono, pero no olvido”. Significa algo mucho más hondo. Significa restaurar la unidad, creer que es posible caminar juntos hacia una meta común. Significa curar una herida, sin dejar cicatriz.

Es importante añadir que, a veces, uno igualmente necesita perdonarse a sí mismo por las faltas cometidas contra uno mismo. Pena sin fin, o conciencia de culpa debido a los errores en la vida, reduce la calidad de vida de uno. Dificulta u obstaculiza tanto el progreso espiritual como el material. Por lo tanto, debemos perdonarnos a nosotros mismos también, para seguir viviendo en paz con uno mismos.

 
Finalmente, el que perdona actuar como Cristo. Así pues, mientras oramos hoy en esta celebración eucarística: “Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,” pidamos a Dios que nos ayude ser fiel a estas palabras, viviéndolas prácticamente.

¡La paz sea con ustedes!

¡Maranatha!

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