Homilía del Décimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario, Año C

Enfoquemos en las realidades del Cielo

Lecturas: 1ra: Sir 1, 2. 2, 21-23; Sal: 89, 3-6.12-14; 2da: Col 3, 1-5.9-11; Ev: Lc 12, 13- 21

Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y  miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico. Es el Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. Era el Canciller de la Diócesis de Fajardo Humacao, Puerto Rico. El Padre Canice es miembro de la academia de homilética (The Academy of Homiletics). Para más detalles y comentarios se puede contactarlo all: 

canice_c_njoku@yahoo.com, canicechukwuemeka@gmail.com.

(https://orcid.org/0000-0002-8452-8392)

En este décimo octavo domingo del tiempo ordinario, la Iglesia nos insta a permanecer enfocados en nuestro camino hacia el cielo. Es un llamado a vivir una vida centrada en Cristo. Se nos insta a centrar nuestra atención en las realidades celestiales más que en las sombras terrenales.

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Hoy también, se nos recuerda que estamos en un mundo transitorio. Por lo tanto, es una llamada a hacer uso de las cosas de este mundo con prudencia sin perder nuestro objetivo final.  Es sólo cuando hacemos el cielo nuestro objetivo que el sentido pleno de la vida sería revelado y realizado.

La primera lectura de este domingo comienza con una advertencia: “¡Vanidad, vanidad, vanidad…, dice el predicador!” Parece una realidad que la mayoría de nosotros ha negado. Sin embargo, un día cada uno de nosotros llegará a términos con ella. El predicador nos llama a recordar a Dios en todo lo que hacemos. Nos recuerda que nada durará por siempre. También, nos recuerda que el objetivo final aquí en la tierra es seguir un camino recto.

La segunda lectura da en el clavo. Pablo distingue claramente entre la verdadera vida (la vida en Cristo), y la vida afuera de Cristo. En pocas palabras, nos recuerda que debemos buscar los bienes del cielo. Por lo tanto, Pablo nos dice: ” Den muerte, pues, a todo lo malo que hay en ustedes: la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia, que es una forma de idolatría.”  Este llamado a “matar a todo lo malo” es simplemente una llamada para transformar nuestras vidas, una llamada a la pureza de la vida y a mantenerse firme.

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Muchos cristianos están tan apegados a las cosas de este mundo que apenas reflexionan sobre el cielo. Esto es porque se han convertido en una historia antigua contada por los ignorantes y creído por los tontos. Lo que Pablo aboga aquí es una vida centrada en Cristo. Es decir, una vida bien vivida en la tierra. Una vida que nos calificará para el banquete celestial.

En el Evangelio, Jesús nos habla claramente: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. La búsqueda de la riqueza y los placeres de este mundo nos han dejado ciegos a la realidad de que somos peregrinos aquí en la tierra. La avaricia es uno de los siete pecados capitales. Es un gran enemigo oculto de cada uno de nosotros. ¡Por lo tanto, debemos evitarlo porque es peligrosamente contagioso!

Sobre la avaricia, Santo Tomás Aquino, dice: “Los bienes temporales están sujetos al hombre que puede utilizarlos según sus necesidades, no que debe hacerlos su principal propósito, ni ser excesivamente ambicioso por ellos.” Lo más nos ponemos nuestras esperanzas en cosas de este mundo, lo más que perdemos el propósito de Dios aquí en la tierra. Esto es porque: “Donde está la riqueza de un hombre, ahí está su alma.” 

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Por último, fijemos nuestros ojos y nuestras mentes en las cosas celestiales y no sólo en las cosas de la tierra. Hay un refrán que dice: “¡Hombres y mujeres verdaderos aman a Jesús y no a las riquezas!” De hecho, las mujeres y hombres de verdad son aquellos que, a pesar de su fama, riqueza y logros, aman a Jesús sobre todas las cosas.

¡La paz sea con ustedes!

¡Maranatha!

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