Somos un pueblo real, y sacerdotal
Lectura: 1ra: Hechos 6:1-7; 2da: 1 Ped 2:4-9; Sal: 32; Ev Jn 14:1-12
Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico. Es el Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. El Padre Canice es miembro de la academia de homilética (The Academy of Homiletics). Para más detalles y comentarios se puede contactarlo al canice_c_njoku@yahoo.com, canicechukwuemeka@gmail.com.
(https://orcid.org/0000-0002-8452–8392)
En este quinto domingo de Pascua, de una manera especial, la Iglesia nos recuerda quien somos: “un pueblo elegido y del sacerdocio real, que reinara con Cristo. Hoy hemos reunido para ejercer nuestro ministerio sacerdotal, por ofrecer un sacrificio espiritual como Cristo lo hizo.

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En la primera lectura de hoy, el drama que se desarrollaba resultó a la elección de siete diáconos para cuidar las necesidades sociales de los creyentes. Podemos aprender las siguientes lecciones de esta lectura. En primer lugar, no debemos descuidar o tomar las necesidades materiales o sociales de nuestras comunidades por sentado. Si no las atendamos, podrían impedir la obra de Dios.
En segundo lugar, debemos balancear ambos nuestras necesidades espiritual y material, porque ambos son importantes. En tercer lugar, no debemos olvidar quiénes somos ni descuidar nuestro llamado principal. Lo mundano no debería distraernos de nuestra misión y vocación como Pedro observó con razón: “No sería correcto que descuidar la palabra de Dios para repartir comida… vamos a entregar este deber y dedicarnos a la oración y al servicio de la palabra de Dios.”
Si prestamos demasiada atención a las necesidades material, las necesidades espirituales sin duda sufrirán. No podemos hacer todo por nosotros mismos. Debemos dejar que otros desempeñar su papel para ayudarnos. Por último, debemos ser sabios y orante en la selección de ministros para la misión de Dios: “Deben ser hombres de buena reputación, llenado del Espíritu Santo y de sabiduría”.

En la segunda lectura, Pedro nos recuerda lo que realmente somos: “un pueblo escogido, real sacerdocio, una nación consagrada, un pueblo situado aparte para cantar las alabanzas de Dios…” Aquí, Pedro destaca nuestra participación en el sacerdocio de Cristo mediante el “sacerdocio común o general”. Esto es sin duda en virtud de nuestro bautismo (CIC1268). Bautismo nos configura para ser “sacerdotes.”
Así, en esta carta pastoral, Pedro destaca la eficacia de los “sacramentos de iniciación cristiana (Bautismo, Eucaristía y Confirmación) en nosotros como creyentes. A través de estos, él nos recuerda nuestra herencia sacerdotal y real. Igualmente nos llama a vivir de una manera que es apropiada. En palabras de orden, si nos fijamos en Cristo nuestro sumo sacerdote, viviremos a la expectativa. Es decir, a ofrecer sacrificios aceptables a Dios. A través de este, llegaremos a ser aceptables a Dios, también convertiremos en una casa espiritual de Dios.
En el Evangelio de hoy Jesús nos asegura un lugar en su reino: “Que no el corazón se turbe… hay muchas habitaciones en casa de mi padre…donde estoy, allí ustedes estarán.” Esto es una clara indicación que, en virtud de nuestro bautismo somos verdaderamente hijos de Dios. Por esta razón, Cristo nos considera dignos de estar donde él está.
Por desgracia, muchos de nosotros no saben quiénes somos, o creen que hay un hermoso lugar que está preparado para nosotros por Cristo. También, por esta razón muchos de nosotros no pueden maximizar nuestro potencial. Como sacerdotes debemos afirmarnos positivamente, y necesitamos fe para que esto sea posible.
Por lo tanto, debemos pedirle a Dios, el padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ayude a vivir como miembros del real sacerdocio. También, durante esta temporada gloriosa y misericordioso de Pascua: “Regocijemos en el Señor” para lo que Dios ha hecho por nosotros. ¡Alleluia!
¡La paz sea con ustedes!
¡Maranatha!